Dejo a ustedes una crónica escrita por Bernardo Guerrero Jiménez, sociólogo y profesor de la Unap, respecto a mi primera publicación, lanzada en Iquique en julio de 2000.
“LA CALLE ES LIBRE”
Con la expresión “La calle es libre” reaccionábamos frente al enojo de la vecina quien escoba en ristre nos ahuyentaba de la vereda donde nos congregábamos en eso de pichanguear hasta que nos llamaran a tomar lonche. José Carvajal “El Sabalero” en su canción “Chiquillada” (pantalón cortito, con un solo tirador) que hiciera popular Leonardo Favio, resume de alguna manera esos códigos.
La Calle es Libre se llama el libro de cuentos que el escritor ariqueño Roberto flores Salgado presentó en la librería Andrés Bello la semana recién pasada. Acto que organizó la Dirección de Extensión de nuestra Universidad, Sin embargo, la expresión que da título a este artículo es usada en este libro para referirse a la presencia cada vez más frecuente del mundo evangélico, llamados cariñosamente “canutos”. La calle fue tradicionalmente espacio de predicación y de peregrinación del mundo católico. Sólo a partir del 1910, los evangélicos empiezan a disputarle al catolicismo su hegemonía religiosa.
La calle es libre para predicar la Biblia; la calle es libre para predicar la obra del Señor exentos de intermediarios; la calle es libre, por último, para confesar públicamente los pecados y dar fe de la sabiduría del Señor.
Los libros son libres, tendríamos que decir también respecto de esta obra. Invisibles para la literatura, los evangélicos son sólo casos marginales para la narrativa. Solamente en la obra de Hernán Rivera Letelier “Himno del ángel parado en una pata” encontramos la cultura evangélica. En “La guerra del fin del mundo”, Vargas Llosa se refiere al mesianismo religioso. Ambas son, sin embargo, visiones de afuera, con todo lo que ello implica.
El texto de Roberto Flores Salgado tiene la gracia – divina en el lenguaje pentecostal- de pertenecer a esta cultura. Conoce muy bien los abecé de su entorno; conoce al pie de la letra el genoma de sus creencias; ausculta con picardía sus complejidades y hasta contradicciones como la del supuesto hermano Valderrama; estila muy bien las relaciones entre el pastor facundo Quispe siervo de Dios, carismático y metodista, con el párroco católico; conoce la culpa y la fuerza y la densidad abismante y angustiante del pecado; conoce el hablar en lenguas y danzar en el Espíritu Santo.
Roberto es de ellos, pero también, porque es escritor que está en el filo de la navaja. No está entre Dios y el Diablo. Eso es una exageración. Pero sabe que tiene que repartir sus lealtades entre dos amores. Personalmente, lo prefiero encumbrando en el filo de la cortapluma. Repartiendo lealtades, promiscuo en el amor, y sobre todo exento del pecado capital que se llama envidia. ¡Aleluya, que Dios y la literatura te sigan acompañando. En ese orden y viceversa!
(La Estrella de Iquique, 10 de julio de 2000)
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