Hace un par de semanas, mientras se realizaba en Santiago el Fidocs, leí en un diario electrónico que incluirían en el programa este mítico documental.Mi interés tenía su origen en los comentarios que leyera siendo aun un niño, en diarios ochenteros, sobre el filme y la duda de cómo era dicha película, en el sentido de articulación: aún no tenía nociones de lo que era el género documental, por un lado y, por otro, no lograba entender cómo se podía hacer una película tipo Charles Bronson en el Chile de los ochenta.
Para suerte mía, el documental justo lo daban ese día domingo, un par de horas después de haber visto el diario. En el acto googleé y encontré información de la película, algunas entrevistas a Carlos Flores del Pino, su director, unas críticas e información anexa.
El documental superó mis expectativas. Creo, en primer lugar, porque adelanta en treinta años el trabajo sobre el sujeto alienado - una especie de derivado de los existencialistas de la posguerra- mezcla de freak, kitsch y otras hierbas, hecho ídolo de cierta catarsis colectiva producida por las redes sociales. Si bien ahora son la Tigresa del Oriente, Delfín, Luis Pinto, Trololó y tantos otros, acá tenemos uno surgido en la euforia reprimida de los setentas, el ídolo de programas como Sábados Gigantes.
También creo genial ese viaje y juego entre diversos géneros: este es un documental, pero a la vez juega con la ficción; tiene detalles de docu reality, visos de cine comercial, western, comedia, lo que lo hace, como decíamos atrás, adelantado a su época.
Por último, porque critica y protesta contra la época y la sociedad, sin usar un grito político o un puño izquierdo en alto. Nos habla de esa obsesión de ser un otro, pensar y hablar como tal, el modo cómo un sistema represor y tiránico nos mantenía en shock y, en la obligación de sobreponerse al dolor, tristemente negábamos la realidad inventándonos otra más agradable, más sofisticada que la "real", por motivos de supervivencia.
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