A meses de haber visto la película de Terrence Malick, El Árbol de la Vida, recién puedo tejer estas líneas dando mis reflexiones en torno al tema.
Seguramente compartía el shock o desazón de los espectadores que fueron aquella noche de otoño al cine Hoyts de La Reina al finalizar la función.
Se pensaba, seguramente, una película en la línea de "Tardes de cine", altamente valórica y esperanzadora.
Estas ideas, por cierto, son acertadas. Quizás el tratamiento, la forma, fue lo que provocó la gran sima entre los espectadores y la propuesta de Malick.
La fábula o sujet es simple: la historia de un sujeto en una tradicional familia norteamericana a mediados del siglo XX, enfrentado a dos estilos de autoridad: la autocrática del padre y la maternal de su progenitora. El núcleo se ve enfrentado a las típicas problemáticas vitales que enfrentan el resto de familias contemporáneas, a los mismos vicios como el machismo, el doble estándar, en fin.
Un hecho que desencadena el conflicto es la muerte del hermano del protagonista a temprana edad. Es, tal vez, la excusa para armar toda la historia, hablar de muerte es, en rigor, hablar de la vida. Y, en ese esfuerzo, el director traspasa el margen del imaginario "tradicional" del espectador de cine, ubicándose en las movedizas aguas del arte experimental. La estrategia es apelar a la psique, al inconsciente, a las improntas, a las sensaciones en una lectura que debiera ir más allá del descifrado intelectual. Esa es la novedad. Por eso las imágenes de agua, nubes, los episodios oníricos, los lóbregos túneles que terminan en luz. Además de eso, los hiatos o vacíos sugeridos, empujando al espectador a ser activos en el proceso de interpretación.
El ejercicio es formidable; las relaciones mentales lo llevan a uno al recuerdo de la propia vida y, en otro nivel, seguramente, a las imágenes inciertas que escapan a la conciencia.
No es una película fácil de entender. Es probable, que así como la vida misma, la entendamos traspasando el umbral de la muerte.
Se pensaba, seguramente, una película en la línea de "Tardes de cine", altamente valórica y esperanzadora.
Estas ideas, por cierto, son acertadas. Quizás el tratamiento, la forma, fue lo que provocó la gran sima entre los espectadores y la propuesta de Malick.
La fábula o sujet es simple: la historia de un sujeto en una tradicional familia norteamericana a mediados del siglo XX, enfrentado a dos estilos de autoridad: la autocrática del padre y la maternal de su progenitora. El núcleo se ve enfrentado a las típicas problemáticas vitales que enfrentan el resto de familias contemporáneas, a los mismos vicios como el machismo, el doble estándar, en fin.
Un hecho que desencadena el conflicto es la muerte del hermano del protagonista a temprana edad. Es, tal vez, la excusa para armar toda la historia, hablar de muerte es, en rigor, hablar de la vida. Y, en ese esfuerzo, el director traspasa el margen del imaginario "tradicional" del espectador de cine, ubicándose en las movedizas aguas del arte experimental. La estrategia es apelar a la psique, al inconsciente, a las improntas, a las sensaciones en una lectura que debiera ir más allá del descifrado intelectual. Esa es la novedad. Por eso las imágenes de agua, nubes, los episodios oníricos, los lóbregos túneles que terminan en luz. Además de eso, los hiatos o vacíos sugeridos, empujando al espectador a ser activos en el proceso de interpretación.
El ejercicio es formidable; las relaciones mentales lo llevan a uno al recuerdo de la propia vida y, en otro nivel, seguramente, a las imágenes inciertas que escapan a la conciencia.
No es una película fácil de entender. Es probable, que así como la vida misma, la entendamos traspasando el umbral de la muerte.
Comments