Hace unos meses fui a ver al Normandie - cosa curiosa: mencionado con animadversión en "Por qué no se van" - el filme "Miguel, San Miguel", película que hacía tiempo esperaba. Proyecto fallido, cuasi un abortivo del joven director Matías Cruz, que varios años atrás anunciaba su incursión en la historia de este emblemático trío.
Primero serían actores conocidos en el circuito de las áreas dramáticas de los canales grandes, la participación de un guionista extranjero, una historia que tendría que ver con la participación de Los Prisioneros en la campaña del NO, fueron algunos anuncios que se hicieron por esa época. Más tarde nos enteraríamos que el proyecto se reformuló innumerables veces, hasta llegar al resultado que vio luz el año 2012.
Cruz hace un cine digno. No se autoimpone grandes objetivos que no pueda cumplir, por el contrario: traza con mesura los límites de sus herramientas artísticas para configurar un filme con tono intimista, evitando el riesgo que alguna vez superaron con creces Vargas Llosa o Fuguet al retratar a la juventud de un momento.
Es inteligente al delimitar su campo de acción a la prehistoria del quizás más importante grupo del rock nacional y, partiendo de ahí, crea un producto interesante, simple, balanceado que aporta datos inéditos del grupo que explican comportamientos posteriores (el conflicto por quién tocaba la guitarra y quién se quedaba con el bajo, disyuntiva digamos crucial en el desarrollo musical del grupo, por ejemplo); el retrato de una época, los influjos británicos de su música, la tecnología artesanal que los impele a la creación del concepto.
El trabajo de Cruz es positivo en el aporte a conocer esa cinta transparente del casete primero, la historia de Los Vinchukas, desde el punto de vista de Miguel Tapia, quien curiosamente no había hecho patente su visión de la historia propia, a diferencia de Narea con su "Mi vida como prisionero" y González con su biografía autorizada.
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