- A veces he pensado que Dios no existe, que todo es una bonita invención del hombre para sentirse seguro en medio de sus miedos y fracasos.
- No puedes comprender una realidad espiritual y sublime con los ojos de la razón...
- Claro. Esa es la respuesta que todos los ministros de Dios pueden dar cuando alguien quiere cuestionarse su existencia. Y todo queda ahí, como un tema prohibido que no se puede tocar. ¿Y qué si Dios no existe, si todo fue creado por una fuerza activa?
- ¿Y el amor, lo que sientes, lo que viviste algún día en el Espíritu, los milagros que comprobaste de parte del Padre?
- Puede que todo haya sido psicológico, cuando creí ver ángeles, maná del cielo y demonios. Puede que el amor sea una mezcla de sentimientos, razón y voluntad y puede que los milagros no sean más que coincidencias. Quizás si yo no hubiese orado por los enfermos, éstos igual se hubieran mejorado.
- ¿Puedes tú explicar cómo se forma un feto dentro del vientre de su madre? Es imposible. ¡Cuánto más difícil será explicar las cosas espirituales a la luz del intelecto!
- ¡Y dale con lo mismo, Angelón! Es cierto, un día creí en Dios, en su amor. Es más, cuando me encontraste aquí pedía una respuesta. Pero eso no quita esta realidad amarga: mi vida es un desastre. Mi esposa me dejó, mi capilla se incendió, caí de la gracia y aunque he orado, ayunado, leído la Biblia, todo sigue igual. Por más que me he dado a mí mismo el mundo se me cae en pedazos sin poder evitarlo. Ya casi nadie asiste a los cultos. Mi existencia es un desastre, y tú vienes a hablarme del gran amor de Dios. ¿Esto es amor? ¿que siempre haya tratado de agradar al Maestro, que haya dado todo de mí, aun lo que no tenía, tratando de amarlo a él y a mis hermanos, y de pronto verme solo frente a la vida, deslizándome por el pecado y rogar, y clamar, y pedir a Dios que me ayude y él, de lejos, me dé la respuesta de un silencio enfermante y odioso? No. Algún día quiero dejar de estar subyugado a esta disciplina. Algún día quiero ser normal. Dejar de preocuparme del prójimo y vivir para mí. Saber lo que es el mundo, dejar de orar y vivir en completa libertad; dejar de escuchar la odiosa voz de Dios que me dice: “No hagas esto porque es pecado”. Estoy harto de Él y sus instituciones.
- No puedes ser tan ingrato. ¿No fue él quien te rescató del fuego cuando tu capilla se incendió, no te sanó cuando te enfermaste de tuberculosis?
- ¡Mejor hubiera sido que me haya muerto! ¡Esto no es vida! ¡Me voy de aquí! ¡Quiero partir lejos, donde nadie me conozca y hacer lo que yo quiera, sin preocuparme del testimonio y del “qué dirán”!
- Malaquías, ¿a dónde irás, si no conoces el mundo? (...)
- No puedes comprender una realidad espiritual y sublime con los ojos de la razón...
- Claro. Esa es la respuesta que todos los ministros de Dios pueden dar cuando alguien quiere cuestionarse su existencia. Y todo queda ahí, como un tema prohibido que no se puede tocar. ¿Y qué si Dios no existe, si todo fue creado por una fuerza activa?
- ¿Y el amor, lo que sientes, lo que viviste algún día en el Espíritu, los milagros que comprobaste de parte del Padre?
- Puede que todo haya sido psicológico, cuando creí ver ángeles, maná del cielo y demonios. Puede que el amor sea una mezcla de sentimientos, razón y voluntad y puede que los milagros no sean más que coincidencias. Quizás si yo no hubiese orado por los enfermos, éstos igual se hubieran mejorado.
- ¿Puedes tú explicar cómo se forma un feto dentro del vientre de su madre? Es imposible. ¡Cuánto más difícil será explicar las cosas espirituales a la luz del intelecto!
- ¡Y dale con lo mismo, Angelón! Es cierto, un día creí en Dios, en su amor. Es más, cuando me encontraste aquí pedía una respuesta. Pero eso no quita esta realidad amarga: mi vida es un desastre. Mi esposa me dejó, mi capilla se incendió, caí de la gracia y aunque he orado, ayunado, leído la Biblia, todo sigue igual. Por más que me he dado a mí mismo el mundo se me cae en pedazos sin poder evitarlo. Ya casi nadie asiste a los cultos. Mi existencia es un desastre, y tú vienes a hablarme del gran amor de Dios. ¿Esto es amor? ¿que siempre haya tratado de agradar al Maestro, que haya dado todo de mí, aun lo que no tenía, tratando de amarlo a él y a mis hermanos, y de pronto verme solo frente a la vida, deslizándome por el pecado y rogar, y clamar, y pedir a Dios que me ayude y él, de lejos, me dé la respuesta de un silencio enfermante y odioso? No. Algún día quiero dejar de estar subyugado a esta disciplina. Algún día quiero ser normal. Dejar de preocuparme del prójimo y vivir para mí. Saber lo que es el mundo, dejar de orar y vivir en completa libertad; dejar de escuchar la odiosa voz de Dios que me dice: “No hagas esto porque es pecado”. Estoy harto de Él y sus instituciones.
- No puedes ser tan ingrato. ¿No fue él quien te rescató del fuego cuando tu capilla se incendió, no te sanó cuando te enfermaste de tuberculosis?
- ¡Mejor hubiera sido que me haya muerto! ¡Esto no es vida! ¡Me voy de aquí! ¡Quiero partir lejos, donde nadie me conozca y hacer lo que yo quiera, sin preocuparme del testimonio y del “qué dirán”!
- Malaquías, ¿a dónde irás, si no conoces el mundo? (...)
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